jueves, 31 de enero de 2013
domingo, 27 de enero de 2013
La momificación
Dentro de las costumbres funerarias del Antiguo Egipto, los antiguos egipcios seguían una elaborada serie de "rituales de enterramiento" que consideraban necesarios para asegurarse la inmortalidad tras la muerte. Estos ritos y protocolos incluían la momificación, la pronunciación de hechizos mágicos y la inclusión de objetos muy específicos en las tumbas, que se pensaba que serían necesarios en la otra vida.
Las costumbres mortuorias utilizadas por los antiguos egipcios evolucionaron a lo largo de los años, descartándose las más antiguas y adquiriendo algunas nuevas, pero la mayoría de los elementos importantes del proceso persistieron. Aunque los detalles específicos cambiaron con el tiempo, la preparación del cuerpo, los rituales mágicos empleados y los objetos depositados en las tumbas eran las partes esenciales de un funeral egipcio apropiado.
Práctica
El proceso básico comenzaba colocando el cuerpo sobre una tabla plana, y practicando un corte en el abdomen. En las momificaciones más elaboradas, el corte lo hacía un sacerdote llevando una máscara de Anubis, la deidad asociada con la momificación y guardián de la Necrópolis. Después, el cuerpo se lavaba por dentro y por fuera con vino de palma. Los pulmones, el hígado, los intestinos y el estómago se extraían, se momificaban aparte y se introducían en vasos canopos. El corazón se dejaba intacto, ya que los egipcios creían que en él residía la esencia de la persona. Dado que los antiguos egipcios no conocían la función cognitiva del cerebro, lo extraían rompiendo la delgada capa de hueso que separa la cavidad nasal y la craneal. Para conseguirlo, introducían una vara en forma de garfio por la nariz, agitando el cerebro hasta que se volvía líquido y se vertía a través de la nariz. Después limpiaban la cavidad craneal con lino y la cubrían con resina caliente para sellarla.
La cavidad corporal y las partes separadas se lavaban nuevamente con vino de palma. El cuerpo se sumergía en natrón durante unos cuarenta días, con paquetes de natrón dentro del pecho. El natrón deshidrataba el cuerpo, lo cual, junto a la alta concentración de sales, prevenía la aparición de bacterias y la descomposición del cadáver.
Después, la momia se envolvía en una serie de tiras de lino, pegadas al cuerpo con brea o resina. Entre los pliegues se introducían amuletos mágicos para proteger el cuerpo de espíritus malignos y ayudar al alma en su viaje a la otra vida. Todo este proceso se completaba en 70 días, tras lo cual la momia se entregaba a la familia del difunto para su entierro.
Razones
Mantener el cuerpo del individuo intacto tras el fallecimiento era necesario para que el ka o la "fuerza vital" de los egipcios tuviera un sitio donde habitar tras la muerte. Los enterramientos pocos profundos en la arena caliente del desierto muchas veces servían como momificación; pero cuando los cuerpos se enterraban en tumbas, empezaban a descomponerse rápidamente. Los antiguos egipcios usaban la momificación para impedirlo.
La momificación comenzó a usarse durante el Antiguo Imperio, pero no se desarrolló por completo hasta el Nuevo Imperio. Continuó practicándose hasta la desaparición de la religión egipcia. Los servicios funerarios eran accesibles para cualquiera que pudiera pagarlos, aunque sólo los miembros de la sociedad más adinerados podían permitirse servicios más elaborados. La momificación sólo estuvo disponible para los ricos cuando los métodos se simplificaron y se hicieron más rápidos y menos costosos. El tiempo medio empleado para momificar a un rey o reina era de unos 70 días.
Dentro de las costumbres funerarias del Antiguo Egipto, los antiguos egipcios seguían una elaborada serie de "rituales de enterramiento" que consideraban necesarios para asegurarse la inmortalidad tras la muerte. Estos ritos y protocolos incluían la momificación, la pronunciación de hechizos mágicos y la inclusión de objetos muy específicos en las tumbas, que se pensaba que serían necesarios en la otra vida.
Las costumbres mortuorias utilizadas por los antiguos egipcios evolucionaron a lo largo de los años, descartándose las más antiguas y adquiriendo algunas nuevas, pero la mayoría de los elementos importantes del proceso persistieron. Aunque los detalles específicos cambiaron con el tiempo, la preparación del cuerpo, los rituales mágicos empleados y los objetos depositados en las tumbas eran las partes esenciales de un funeral egipcio apropiado.
Práctica
El proceso básico comenzaba colocando el cuerpo sobre una tabla plana, y practicando un corte en el abdomen. En las momificaciones más elaboradas, el corte lo hacía un sacerdote llevando una máscara de Anubis, la deidad asociada con la momificación y guardián de la Necrópolis. Después, el cuerpo se lavaba por dentro y por fuera con vino de palma. Los pulmones, el hígado, los intestinos y el estómago se extraían, se momificaban aparte y se introducían en vasos canopos. El corazón se dejaba intacto, ya que los egipcios creían que en él residía la esencia de la persona. Dado que los antiguos egipcios no conocían la función cognitiva del cerebro, lo extraían rompiendo la delgada capa de hueso que separa la cavidad nasal y la craneal. Para conseguirlo, introducían una vara en forma de garfio por la nariz, agitando el cerebro hasta que se volvía líquido y se vertía a través de la nariz. Después limpiaban la cavidad craneal con lino y la cubrían con resina caliente para sellarla.
La cavidad corporal y las partes separadas se lavaban nuevamente con vino de palma. El cuerpo se sumergía en natrón durante unos cuarenta días, con paquetes de natrón dentro del pecho. El natrón deshidrataba el cuerpo, lo cual, junto a la alta concentración de sales, prevenía la aparición de bacterias y la descomposición del cadáver.
Después, la momia se envolvía en una serie de tiras de lino, pegadas al cuerpo con brea o resina. Entre los pliegues se introducían amuletos mágicos para proteger el cuerpo de espíritus malignos y ayudar al alma en su viaje a la otra vida. Todo este proceso se completaba en 70 días, tras lo cual la momia se entregaba a la familia del difunto para su entierro.
Razones
Mantener el cuerpo del individuo intacto tras el fallecimiento era necesario para que el ka o la "fuerza vital" de los egipcios tuviera un sitio donde habitar tras la muerte. Los enterramientos pocos profundos en la arena caliente del desierto muchas veces servían como momificación; pero cuando los cuerpos se enterraban en tumbas, empezaban a descomponerse rápidamente. Los antiguos egipcios usaban la momificación para impedirlo.
La momificación comenzó a usarse durante el Antiguo Imperio, pero no se desarrolló por completo hasta el Nuevo Imperio. Continuó practicándose hasta la desaparición de la religión egipcia. Los servicios funerarios eran accesibles para cualquiera que pudiera pagarlos, aunque sólo los miembros de la sociedad más adinerados podían permitirse servicios más elaborados. La momificación sólo estuvo disponible para los ricos cuando los métodos se simplificaron y se hicieron más rápidos y menos costosos. El tiempo medio empleado para momificar a un rey o reina era de unos 70 días.
El proceso de embalsamamiento egipcio
Especialmente si se trataba de alguien de la realeza o persona con recursos, se tenía por costumbre embalsamar el cadáver, algo que llegó a su máxima expresión en la IV Dinastía, llegándose a encontrar incluso animales embalsamados. Mantener el cuerpo intacto era algo básico para que el difunto pudiera pasar a la otra vida, por eso también se momificaban, sobre todo si eran enterrados en tumbas. El dios que se relacionaba con las prácticas mortuorias y la momificación era Anubis. Según el historiador griego Heródoto, el embalsamamiento se podía practicar a todo aquél que se lo pudiera permitir y había hasta tres tipos diferentes de servicio. El más económico sólo consistía en quitar al cuerpo las entrañas y sumergir el cadáver en natrón durante setenta días.
A los difuntos reyes y reinas se les momificaba en un tiempo aproximado dos meses, y se relacionaba la conservación del cuerpo con el hecho de perpetuar el recuerdo del difunto. De hecho, se sabe que otras civilizaciones contemporáneas a la egipcia realizaban la conservación untando de miel a los difuntos.
A los ricos y poderosos se le practicaba otro tipo de modalidad de embalsamiento que consistía, según escribe el escritor Ramón Andrés en su libro Historia del suicidio en Occidente, en "extraer el cerebro por la nariz con ayuda de un hierro curvo y después introducir hierbas por las fosas nasales; luego se practicaba un corte a lo largo del abdomen con una piedra etíope para sacar el intestino que, purgado, pasaba a purificarse con vino de palmera y aromas (…) una vez hecha la operación se rellenaba el vientre de mirra, casia y otras esencias". Después, se sumergía el cadáver en natrón, una sustancia química que deshidrataba el cuerpo y prolongaba su conservación. Acto seguido se amortajaba al difunto con lino y la tela se pegaba al cuerpo con resina. El corazón se dejaba intacto, ya que los egipcios creían que ahí residía todo: la inteligencia y la esencia de la persona, pues desconocían el potencial del cerebro. Este ritual funerario lo realizaba un profesional que durante el proceso portaba una máscara del dios Anubis.
En los actos funerarios del antiguo Egipto, después de la momificación del difunto era necesario que un sacerdote le realizara el "ritual de apertura de la boca", para asegurar que la persona pudiera respirar en el Más Allá. Más tarde, los sarcófagos eran tirados por unos bueyes mientras se cantaban y recitaban algunas composiciones. Mientras, el sacerdote iba derramando leche por el paseo. Otro sacerdote, detrás del sarcófago, iba rociando el aire con una especie de incienso para purificarlo.
Los difuntos solían enterrarse con algunas de sus riquezas, estatuas y alimentos, también llamadas "ajuar funerario". Los más poderosos se llegaban a enterrar con pertenencias de gran riqueza y en grandes mausoleos (ejemplo de ello son las Pirámides).
Especialmente si se trataba de alguien de la realeza o persona con recursos, se tenía por costumbre embalsamar el cadáver, algo que llegó a su máxima expresión en la IV Dinastía, llegándose a encontrar incluso animales embalsamados. Mantener el cuerpo intacto era algo básico para que el difunto pudiera pasar a la otra vida, por eso también se momificaban, sobre todo si eran enterrados en tumbas. El dios que se relacionaba con las prácticas mortuorias y la momificación era Anubis. Según el historiador griego Heródoto, el embalsamamiento se podía practicar a todo aquél que se lo pudiera permitir y había hasta tres tipos diferentes de servicio. El más económico sólo consistía en quitar al cuerpo las entrañas y sumergir el cadáver en natrón durante setenta días.
A los difuntos reyes y reinas se les momificaba en un tiempo aproximado dos meses, y se relacionaba la conservación del cuerpo con el hecho de perpetuar el recuerdo del difunto. De hecho, se sabe que otras civilizaciones contemporáneas a la egipcia realizaban la conservación untando de miel a los difuntos.
A los ricos y poderosos se le practicaba otro tipo de modalidad de embalsamiento que consistía, según escribe el escritor Ramón Andrés en su libro Historia del suicidio en Occidente, en "extraer el cerebro por la nariz con ayuda de un hierro curvo y después introducir hierbas por las fosas nasales; luego se practicaba un corte a lo largo del abdomen con una piedra etíope para sacar el intestino que, purgado, pasaba a purificarse con vino de palmera y aromas (…) una vez hecha la operación se rellenaba el vientre de mirra, casia y otras esencias". Después, se sumergía el cadáver en natrón, una sustancia química que deshidrataba el cuerpo y prolongaba su conservación. Acto seguido se amortajaba al difunto con lino y la tela se pegaba al cuerpo con resina. El corazón se dejaba intacto, ya que los egipcios creían que ahí residía todo: la inteligencia y la esencia de la persona, pues desconocían el potencial del cerebro. Este ritual funerario lo realizaba un profesional que durante el proceso portaba una máscara del dios Anubis.
En los actos funerarios del antiguo Egipto, después de la momificación del difunto era necesario que un sacerdote le realizara el "ritual de apertura de la boca", para asegurar que la persona pudiera respirar en el Más Allá. Más tarde, los sarcófagos eran tirados por unos bueyes mientras se cantaban y recitaban algunas composiciones. Mientras, el sacerdote iba derramando leche por el paseo. Otro sacerdote, detrás del sarcófago, iba rociando el aire con una especie de incienso para purificarlo.
Los difuntos solían enterrarse con algunas de sus riquezas, estatuas y alimentos, también llamadas "ajuar funerario". Los más poderosos se llegaban a enterrar con pertenencias de gran riqueza y en grandes mausoleos (ejemplo de ello son las Pirámides).
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